Esta mañana, por casualidad, el dial de la radio de mi móvil se ha ido a detener en Radio María cuando se estaba tratando el tema de la asignatura de religión en los centros de enseñanza. Tras la llamada de una devota oyente, que defendía que se dejasen libres las plazas en los centros concertados para los hijos de los católicos, Jesús García, conductor del programa ha espetado la siguiente perla:

"Es tal escoria la escuela pública que la concertada, auspiciada por el estado, se convierte en la élite y no da para todos."

Ahí es nada. Creo, como leí un día en el blog de Mariano Coronas, que hoy es un buen día para rejonear obispos.

Foto: Carlos Juan

Fotografiándome

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Dice la prensa rosa que los Príncipes de Asturias van a llevar a su hija (la que nunca va a reinar) a un colegio privado. Huyen de la escuela pública porque no se sienten del pueblo. Los Príncipes de Asturias también tuvieron en cuenta a la hora de inclinarse por el Colegio Santa María de los Rosales que ofreciese el modelo educativo español, que fuese un centro mixto -donde estudien niños y niñas (vaya logro...) - y que impartiese religión católica, así como la «capacidad de convivencia».

Si quieren capacidad de convivencia, que lleven a su hija a cualquier centro público. Que se mezcle con marroquíes, rumanos, saharauis y españoles de todos los colores. Como lo hizo mi hija, que ha terminado segundo de fisioterapia, carrera a la que accedió con un corte de nota de 8. Si la Infanta Leonor alcanza esa nota, con una matrícula de honor en el bachillerato, estudiando en el mismo centro que lo hacen el resto de los mortales, le invito a un café. Aunque jamás me convierta en monárquico.

Cuarenta y cinco días.

Todos los cambios tienen algo de traumático. Gracias a algún Dios, tampoco me he sentido solo. Asturias me ha acogido bien, creo que tanto como yo a ella. Salvo anónimas y cobardes excepciones, que se esconden en la muchedumbre, el anonimato y el sentimiento de la vieja alcahueta, todo ha sido positivo. Sí, claro que echo de menos muchas cosas. Euskadi me lo dio casi todo, mi territorio de entrenamiento, mi convicción política, mi equipo de balonmano, mis compañeros... Sigue siendo la tierra que acoge a gente que quiero.

Aquí todo está por caminar, pero he traído buenas alpargatas. Y en eso de caminar nadie me puede enseñar. He caminado muchos caminos. Unas veces solo y otras acompañado. Se que necesitaría los calcetines de muerte y destrucción de Aitor Peña en muchos tramos del camino, pero para eso me han tendido su mano personas como Celso, a quien volví a encontrar tras 25 años (gracias de corazón), José Ramón Flores que no me ha perdido de vista en estos días y que se volcó conmigo o gente más anónima para mí, como Cuesta (personaje íntegro, como la gaita asturiana que toca), compañeros de otras promociones o incluso Mary, la limpiadora de la estación de Gijón que tan pendiente ha estado de mi adaptación a la ciudad.

Mi País queda más lejos. Aragón sigue siendo mi patria, la única. Y sí, puede que no haya venido a la mejor tierra del mundo, pero aquí me podré beber una botella de sidra con la misma tranquilidad que en Euskadi tomaba un vino o un zurito en la Herriko taberna, la Herriko Etxea o el Batzoki de Balmaseda. Al final lo único importante es quien te acompaña.

Foto: Carlos Juan

Echo de menos conspirar. Estoy rodeado.