Habrá un día, hija, que viviremos en una
Euskalherría libre y en paz. Tal vez yo ya no esté.
La década de los ochenta fue una época difícil y complicada, una de las más tristes que recuerdo del final del pasado siglo. Lo fue en toda España, pero particularmente en Euskadi, se vivió bajo un Estado de sitio impuesto por la banda terrorista ETA, con la Policía y la Guardia Civil tomando las calles y las drogas, la puta heroína, asesinando a la juventud. Los veía caer como conejos, no había familia que no estuviera tocada por la peste del siglo XX.
Luego, para acabar de joder la situación, estaba el paro. Ese paro que en el caso que nos trata, te arrastraba a la calle, la calle te acercaba a la droga y una cosa o las dos, vaya usted a saber, a las Herriko, la Kale Borroka y ETA. Parecía todo estudiado.
La verdad es que absolutamente nada ayudaba. El ambiente gris de una ciudad gris como ese Bilbao con un eterno cielo gris, te empujaba a la tristeza y a la melancolía, a soñar con un mundo de colores. Los Astilleros de Euskalduna se hundían ante una reforma industrial urdida desde Madrid que arrastraría también a los Altos Hornos de Vizcaya, el corazón del País Vasco, dejando en ese momento a la juventud vasca en el filo de la navaja.
Gorka Sarriugalde Aguirrezabalaga era un joven que dentro de este contexto contaba con 22 años. Vivía en el barrio bilbaíno de Basurtu. No tenía trabajo. Todas las mañanas, cuando se levantaba, a eso de las once o las doce, bajaba a la Herriko Taberna del Casco Viejo. Allí encontraba el cobijo de los brazos y los besos de Uxue Elkoroibide Ugalde, su chica de 21 años y con otros colegas donde, sin querer la cosa se encontraban rodeados de humo azul, tramando montar barricadas, emboscadas, autobuses en llamas y les sobraba el tiempo para meterse entre pecho y espalda un par de litros de kalimotxo y grandes cantidades de amor. Porque, aunque parezca imposible, los cachorros de ETA también aman.
- Uxue, ¿vienes esta noche a casa después del encargo? Estaremos tranquilos, mis aitas se han ido ya a Castro Urdiales.
- Pues claro. Donde iba a pasar la noche mejor que con mi chico. Te invito a unas pizzas y unas cervezas que pillaremos camino de casa. ¿Tienes tú algo para fumar?
- Tengo para fumar y algo de coca. Pero la droga más dura sigues siendo tú.
- Te quiero.
Cuando llegó el atardecer comenzaron a salir del local por grupos, distantes en el tiempo, con mochilas y tomando direcciones distintas. Cada grupo estaba perfectamente instruido para la labor que debía acometer. En cuestión de minutos todas las entradas a las Siete Calles del Casco Viejo eran inaccesibles por barricadas incendiarias. La Policía Nacional rodeaba el perímetro de la zona afectada sin poder acceder a un lugar tomado por los radicales que les mantenían a raya con lanzacohetes.
Aprovechando la atención que prestaban las fuerzas del Orden a la zona ocupada, el grupo de Uxue y Gorka en dos minutos, encapuchados asaltaron un autobús urbano en Plaza de España.
- ¡Gora Eta Militarra! Todo el mundo abajo del autobús. ¡Ya! Esto va a ser un infierno. Todos abajo. ¡Gora Euskadi!
Y efectivamente, entre los gritos de amargura, miedo y rabia del estudiante, del obrero, del ama de casa, del trabajador que volvía al hogar, aquello se convirtió en un infierno, en una enorme hoguera que iluminaba la oscura noche y quemaba la rabia de un pueblo que no acababa de acostumbrarse a la barbarie. Nunca se acostumbra nadie al terror.
Bastaron dos minutos para que Gorka y Uxue caminaran por la calle Autonomía cogidos de la mano como dos enamorados, mientras se cruzaban con las sirenas y los camiones de bomberos que acudían a sofocar las llamas que iluminaban sus espaldas. Ellos jamás miraban atrás. Caminaban con paso lento y aprovechaban cada portal para comerse a besos, como si mañana no fuese a amanecer. Tras comprar la cena, con la música de las sirenas de la policía como banda sonora de fondo, subieron a casa de Gorka.
Metieron la bebida en el frigorífico. Uxue lió los primeros canutos con una destreza magistral. Se tumbaron en la cama del dormitorio de Gorka, mientras fumaban con lentitud a caladas profundas, cerrando los ojos, los porros de Uxue, pensando en la hoguera que habían montado meses antes de la mágica noche de San Juan. Los fumaban como se bebían la vida, a morro, sin medida y en el filo del alambre. Así es como como se vive cuando eliges vivir con el corazón y entierras la razón.
Todavía humeaban en el cenicero las colillas de los petas cuando Gorka cortó un par de rayas. Le ofreció a Uxue la primera y él esnifó la otra, cerrando igualmente los ojos, como se cierran en el primer beso, en el primer orgasmo, en el primer te quiero.
Cuando Gorka volvió a abrir los ojos, Uxue estaba delante de él sin ropa, completamente desnuda, preciosa, con su morena melena por delante de sus hombros tapándole levemente sus firmes pechos. Gorka le extendió la mano y la llevo hacia él besándole el cuello, acariciándole los pechos, su espalda. Recorrió con sus labios cada rincón de su cuerpo pagándole ella con su misma moneda. El tiempo se detuvo cuando los dos fueron sólo uno, cuando sus cuerpos sudorosos temblaron al unísono, coordinados como una orquesta de sentimientos y placer sin director ni plateas, ni público que agradeciese una obra maestra. Tras esa convulsión, ese terremoto de placer, se acariciaron con las manos con las que se amaban, como cantaba Silvio Rodríguez, las mismas manos de matar.
Los días, sobre todo las noches, eran peligrosas. Los periódicos saludaban las albadas con noticias de violencia callejera, como mal menor o tiros en la nuca y coches bomba causando un dolor desgarrador, aún en una población que defendía otro tipo de País para Euskalherría, pero defendido con la palabra que no mata. Unos se empeñaron en ilegalizar las ideas y los otros en legalizar las matanzas. Todo carecía de sentido.
Pasaron los meses y Gorka continuó con las acciones y lucha activa, reuniones y asambleas, donde se llegaron a acuerdos dónde se condenaba en una circular publicada por el Diario Egin por parte de Jarrai el consumo y tráfico de droga en Euskadi, acusando al Gobierno de Madrid de la introducción de dicha droga para la destrucción de la juventud vasca. Otro contrasentido.
La clandestinidad se empezaba a rozar a unos niveles bastante básicos. Por ejemplo ni Uxue conocía a la familia de Gorka y viceversa. El círculo de amistades se limitaba al máximo y todos relacionados con el entorno Kale Borroka.
Al cabo de unos meses Gorka recibió dos notificaciones prácticamente al mismo tiempo. Por un lado recibe un mensaje por un propio que le comunica que responsables de ETA quieren entrevistarse con él en Lekeitio el próximo lunes 10 de febrero a las 13 horas en una taberna del Puerto. Debe de acudir sólo, no debe comentar la noticia con nadie y debe asegurarse y tomar medidas de que no es seguido. Gorka da el visto bueno a la entrevista sin dudarlo. La tranquilidad y frialdad de Gorka llamó la atención del correo.
Un poco más tarde Uxue se acercó a la Herriko y se encontró con un Gorka meditabundo, tranquilo, reflexivo.
- Kaixo Gorka,- le dijo besándole los labios -
- Hola Uxue, eres cara de ver…
- Pues sí. Tenemos que hablar, Gorka.
- Soy todo oídos, neska.
- Estoy embarazada.
Gorka la miró a los ojos. Uxue le aguanto la mirada. Los dos supieron en ese mismo momento que algo no iba bien.
- ¿Qué ocurre Gorka? ¿Has dado un paso más?
- Acaban de proponerme hace media hora.-Se acerco a su oído, como si la estuviese besando y le contó lo que ocurría, pidiéndole, por favor, secreto absoluto.
- Yo no puedo seguirte, Gorka, le dijo Uxue. No quiero ir más allá. Creo que es hora de retirarme de esta guerra y centrarme en mi hijo.
- Nuestro hijo, se apresuró a corregir Gorka.
- No Gorka. Mientras tú estés metido en la lucha, será mi hijo. No quiero que crezca en medio del odio y con su padre en la clandestinidad. Elige entre tu hijo o la lucha armada.
Gorka miró a Uxue como si fuese la última vez que la fuese a ver. Posó su mano sobre su vientre, la besó y le dijo:
- Euskalherría me ha elegido para su liberación. No puedo negarme. Llegará un día que yo mismo se lo pueda explicar a mi hijo.
- Muy bien. Anda con mucho cuidado, Gorka. Te has metido en un terreno muy peligroso. Cuídate, por favor.
- No te preocupes. Andaré con cuidado. Te quiero.
Antes de que Uxue saliera del local, Gorka le llamó:
- ¡Uxue!
Ella volvió sobre sus pasos.
- Si me pudieras hacer el favor de hacerme llegar a través de alguno de estos, bueno ya sabes, “El Piti” o Urko, cualquiera que haga de correo una foto del niño al año, así yo podré verlo y tú sabrás que si me llega es que estoy bien.
- De acuerdo Gorka. Te mandaré una foto al año. Si te arrepientes de algo, te estaré esperando.
Uxue salió del local. Sería la última vez que Gorka la viese en persona.
Pasaron los días y llegó la fecha marcada para la entrevista con los portavoces de la banda en Lekeitio. Gorka salió de Bilbo en su Seat Ronda alrededor de las diez y media de la mañana. Antes de abandonar Bilbao dio varias vueltas y efectuó varias paradas por la ciudad, para comprobar que nadie le seguía. El trayecto hasta Lekeitio tampoco lo hizo directo, sino que dio un rodeo para asegurarse que iba solo. Aparcó el coche en un lugar un poco alejado, unos 600 metros, que los hizo caminado. Antes de llegar al lugar convenido salieron a su encuentro dos hombres, que le dieron la mano y se presentaron:
- Kaixo Gorka. Soy
Ion.- Kaixo, yo soy Julen. Compórtate con normalidad, como si nos conociésemos de toda la vida. Vamos a ir a hablar a Bermeo con el coche de Jon. Luego te traemos aquí, coges tu coche y cada mochuelo a su olivo.
Cuando llegaron a Bermeo, aparcaron el coche y entraron en un caserío donde había más activistas. Se sentaron todos alrededor de una mesa, colocaron sus armas sobre la misma y el que parecía el Jefe, comenzó a hablar:
- ¡Egun on! ¡Gora Esukadi ta Askatasuna! Hemos convocado esta reunión para reconstituir y reorganizar el Komando Bizkaia, tras las últimas detenciones y desarticulaciones que hemos sufrido por parte de la policía española. Hay miembros, con experiencia, que vienen de otros comandos o que se reincorporan después de una inactividad tras un gran golpe. También hay hombres, como el caso de Gorka Sarriugalde, de Bilbao, que acepta el compromiso de unirse a la lucha armada, tras una fructífera carrera de Kale Borroka y haber demostrado una lealtad que ha hecho que nos ganemos su confianza y a la vez la de los jefes de este Komando. En un principio te volverás a tu casa en Bilbao, harás una vida normal, sin estridencias y esperarás noticias, que te llegarán por correo a la Herriko del Casco por un propio. Tus primeros trabajos serán de información y pasar el impuesto revolucionario por la zona. ¿Entendido? ¿Hay alguna pregunta? Pues discreción y cada uno a lo suyo. ¡Gora ETA!
- ¡¡Gora!!
Gorka regresó con los mismos compañeros que lo llevaron de Lekeitio a Bermeo en viaje de vuelta, sin mediar palabra. Allí cogió su coche y se volvió para Bilbao, dándole vueltas a la cabeza y orgulloso de que la banda se hubiese fijado en él para hacer trabajos de extorsión e información. Todo lo que había hecho hasta ahora le parecía un juego de niños. Ahora ya estaba introducido en la lucha de verdad. Es como si juegas con el equipo filial y de repente te convoca el primer equipo.
Gorka sabía que el comportamiento en cuanto a movimientos y a rutinas no debía de cambiar para no levantar sospechas entre sus familiares ni entres sus vecinos. No tardaron en pasar los días cuando en la Herriko le entregaron un sobre marrón de papel de estraza. Los introdujo en una carpeta y esta en una mochila negra y se los llevó caminando por la calle Autonomía arriba. Ahora sí que sentía cierta sequedad se boca y sentimiento de ser observado, pero pronto lo superó. Subió las escaleras de casa de dos en dos. Abrió el sobre y se encontró con unos papeles donde se exigía la entrega de un dinero en nombre de la banda terrorista ETA en calidad de Impuesto Revolucionario. Unos eran de primer aviso, con sobres normales para enviarlos, otros eran un segundo e incluso un tercer aviso dejando claro que se procedería a una ejecución inmediata de la persona o allegados a la que se dirigía la carta.
Junto a esas cartas, que todas llevaban el mismo texto, pero cambiaban las cantidades de dinero exigidas me mandaron también un sello de caucho con tinta negra con el anagrama de la banda. Cumplió con el trabajo que más acuciaba, con los que tenían la soga en el cuello, se trasladó para echar esos sobres en Correos a otras poblaciones y siempre con guantes y poco a poco fue organizándose el trabajo y manteniendo todo el material a buen recaudo.
Un día de verano, pasó por la Herriko a tomar unas cervezas bien frías y Urko le dio un sobre blanco, más pequeño de lo normal. Aprovechó un viaje al servicio para abrirlo y las lágrimas cubrieron sus ojos hasta dejarlo sin visión. Se limpió con papel del wc y apareció ante él un niño igual que cuando era txiki. Calculó que tendría seis o siete meses. Era precioso y fuerte. La colocó en la cartera y salió del servicio.
- Vaya peta que se ha cascao el Gorka en el WC, oye.
- La ostia que ojos que se te han puesto de rojos. Pues ya lo podías haber compartido, ¿no?
- Lo que me he metido yo en el WC da tal subidón que lo tienes que probar muy poco a poco. Hay que ir con cuidado. Ataca directamente al corazón.
- Qué huevos tienes, Gorka. Qué huevazos. Ya nos pasarás algún día.
- Ok. Algún día os paso.
- Pringaos… Susurró mientras apuraba de un trago su cerveza y abandonaba el local.
Las mañanas las utilizaba en ordenar por preferencia en el tiempo las extorsiones a los distintos empresarios. Se sorprendía viendo qué tipo de personajes estaban sujetos a estos pagos: gentes anónimas y personajes del mundo del deporte y el espectáculo. Al final ya no se fijaba en esos detalles, ya no atendía a las personas si no al dinero a recaudar y al tiempo disponible para ello.
Por las tardes enviaba las susodichas cartas. Cada vez que un extorsionado de los que era avisado por Gorka era ajusticiado recibía una felicitación por el trabajo bien hecho por parte de la dirección de la banda desde Francia.
Unos meses más tarde, tras una de esas ejecuciones de tiro en la nuca llevada a cabo en el barrio de Rekalde de Bilbao, colindante con el de Basurto donde vivía Gorka, se complicaron las cosas cuando uno de los ejecutores fue herido en su huída y detenido por la Policía Nacional, que rápidamente acordonó las salidas de Bilbao por autopista que estaban ahí mismo. Su compañero de comando logró huir.
Gorka se encontraba en casa viendo por la ventana y la televisión todo el operativo de búsqueda que se estaba montando, cuando recibió una llamada telefónica:
- Compañero de lucha se dirige a tu madriguera. Dale cobijo necesario. Jo
ta ke!Gorka comprendió que el compañero huido del atentado se dirigía a su casa. Esperó pacientemente hasta que cayó la noche. Llamaron al portero automático. Gorka abrió sin contestar. Espero mirando por la mirilla. Cuando vio que era una sola persona, abrió la puerta.
- ¿Gorka Sarriugalde?
- El mismo. Pasa. ¿Te has asegurado que no te han seguido?
- Son idiotas. Me están buscando camino de Santander. Han desechado que me haya podido quedar en Bilbao. Necesito estar aquí unos diez días.
- No te preocupes por eso. ¿El compañero qué tal está?
- Ha tenido mala suerte. Siempre escapamos uno por cada lado. El se ha encontrado a los zipayos de frente. Si no lo han matado, está muy mal. No te preocupes, desconocía tu existencia y yo también. Me la han dicho esta tarde desde Francia. Ya puedes decir que confían en ti.
- No debes preocuparte por nada. No te asomes a las ventanas para nada. Yo me encargaré de hacer la compra y la comida. Informaré de la situación por si necesitas dinero para pasar la frontera y ponerte en la nevera durante una temporada. Cuando yo no esté en casa no hagas absolutamente ningún ruido. Mis aitas viven en Castro Urdiales. Por aquí no vienen nunca por estas cosas, precisamente.
Fueron pasando los meses, los años y Gorga fue subiendo en responsabilidades y en peso específico dentro de la banda. Ya había asistido a alguna Asamblea en Francia dónde se tomaban las decisiones políticas y las líneas de dirección de un futuro en el que no todos los militantes se mostraban de acuerdo. Eran reuniones muy tensas.
A Gorka el gesto de dar cobijo de manera tan eficaz al terrorista que colaboró en la ejecución del empresario que se negaba a pagar el impuesto revolucionario fue un acto de lealtad tan grande que fue entrenado y propuesto para cubrir la baja que se produjo aquel día en el Komando Bizkaia.
Todavía en proceso de formación y actuando como acompañante con otros komandos para aprender y coger experiencia, hacia trabajos de observación, seguimientos, información y tiro. Hacía tiempo que portaba su propia arma.
Como era un “miembro legal” dentro de la banda, o sea, sin fichar por la policía, tenía cierta libertad de movimientos y seguía acudiendo a la Herriko del Casco donde todos los años Urko le entregaba el mismo sobre, Gorka se dirigía al mismo WC y salía con los ojos igual de rojos tras ver a su hijo hacerse mayor, con sus mismos rizos y ojos azules. Iker, se llamaba Iker. Ya era un hombrecillo. Y su imaginación volaba hacia Uxue, el amor de su vida, que rápidamente espantaba porque si no, no podía centrarse en la lucha armada.
No tardarían mucho tiempo más cuando a Gorka dentro de la banda se le comenzó a conocer con la abreviatura de su apellido “Sarri”, y así es como la policía, que también trabaja y tiene su equipo de perros soplones, consiguió una leve identificación de Gorka. Tan sólo que era un nuevo miembro del Komando Bizkaia, de alias “Sarri” y que no estaba fichado.
Ya llevaría
”Sarri” sus cuatro o cinco años dentro de la organización, cuando se le encargó el primer trabajo directo. Su primer atentado. En un principio lo ejecutaría con el apoyo logístico de un compañero más veterano, de la vieja escuela, para que "Sarri" se encontrara más arropado y tranquilo. Apretar el gatillo por primera vez cuesta.La víctima ya estaba elegida. Era un empresario vasco, casi septuagenario, del sector del transporte por carretera. Tenía una flota de camiones inmensa y aunque al principio comenzó pagando, se embraveció y dejó de hacerlo desde hacía un año aproximadamente. Se cansó de ocultárselo a la familia y a los amigos. Un día gritó basta.
Su taller logístico y flota de camiones lo tenía en Sestao, pero debido a que Sestao y la margen izquierda entre semana es un lugar tan concurrido de trabajadores a todas las horas del día, convenimos hacerlo en fin de semana. En Bilbao menos gente, mas fácil la huida.
Para ello le habíamos observado sus rutinas durante el último mes. Un mes donde sus rutinas y la del resto de vecinos eran clavadas. Había un cura que todos los días salía a la misma hora de casa de su hermana para ir a coger el autobús, con su sotana y su alzacuellos, su bufanda al cuello y su txapela.
Los curas siempre pasan a la misma hora, pensó Gorka.
El objetivo las clavaba. Tanto sábado como domingo las calcaba. Salía de casa a las nueve y media. Entraba en una cafetería y tomaba un café con leche y tres churros. Salía de la cafetería y caminaba por esa misma acera hasta la panadería, que está al principio de la calle. Compraba el pan, salía de la panadería y vuelta por el mismo camino directo a casa.
El plan lo tenían claro. No querían alargar demasiado el momento. ¿Para qué? No tiene sentido. Cuando sale de tomar el café, su compañero le deja al principio de la calle. Sarri camina por la acera a su encuentro. Se cruza con él. En cuanto eso ocurra, se vuelve y le descerraja dos tiros en la nuca y un tercero cuando esté en el suelo.
A esa hora su compañero ha tenido que dar la vuelta a la manzana para subir al coche y salir cagando hostias de allí.
Y llegó el día, llegó la hora y se pusieron manos a la obra. Su compañero le recogió en el pabellón de La Casilla de Bilbao. Se dirigieron a Sestao. Llegaron a apostarse a la entrada de la calle sobre las nueve y media de una mañana gris eterno de Bizkaia. Ese gris que puede que moldee la conciencia y el corazón de algunas personas, que las vuelva más melancólicas, más tristes, más propensas a engancharse a ese “Caballo llamado muerte” o a la creación y el amor o a la muerte y destrucción. Cada uno elige su camino.
Pudieron observar cómo entraba en el bar del chocolate. En cuanto le vieron salir su compañero, que estaba al mando del volante y Sarri se miraron. Sin decir ni una palabra Gorka se bajó del vehículo y subió a la acera caminando en contra dirección de su víctima. Estaban separados por unos 400 metros. Caminaban ambos despacio. Gorka iba con un gorro negro que a la hora de la ejecución se bajaría para cubrirse la cara. Llevaba, asimismo, la pistola fuertemente asida a su mano derecha en el bolsillo de su Polar.
El recorrido se le estaba haciendo muy largo, su cabeza se le iba a Uxue, a la última vez que, apasionadamente, hicieron el amor, a sus aitas, a sus amigos y a su Patria, Euskalherría, por la que estaba dispuesto a jugarse la vida.
Pero cuando tan sólo le separaban cien metros de la víctima comprobó que algo no iba bien. No estaba sólo. Iba con un niño.- ¡Mierda! Un niño no estaba dentro del guión, -pensó.
- Bueno, respira, no pasa nada. Los dejo pasar, mato al viejo y al niño ni le miro. Sus pulsaciones se iban acelerando conforme se acercaba a su víctima. La boca la tenía completamente seca y su garganta sabía a sangre. No quería mirar a los ojos del viejo, al que el niño no hacía más que llamar.
- ¡Aitite, aitite!
Al oír la voz del niño Gorka, alias “Sarri”, se desconcentró y miró hacia él.
- ¡Dios mío!, no puede ser, no puede ser. ¡Por qué! ¡Por qué!
Ya no pudo quitarle los ojos de encima. El niño también le miró fijamente. Se cruzaron. Gorka se quito el gorro de lana de la cabeza y dejó que sus rizos colgaran y taparan su frente. Iker tocó su pelo sin dejar de mirar a Gorka. Su abuelo se apercibió de la atención que “Sarri” levantó en el niño, se volvió y le dijo a su ejecutor:
- Ya perdonará si el niño le ha molestado. Se distraen con el vuelo se una mosca…
- No, no me ha molestado, lo siento. Dígale a su amatxu que tiene un niño muy guapo.
- Jajaja, rió el abuelo a carcajada. Muchas gracias, joven. Se lo diré de su parte. Ya no se encuentran jóvenes así de atentos. ¿Cómo se llama?
- Gorka, me llamo Gorka.
En ese momento hacía aparición en el lugar el coche terrorista donde deberían de emprender la huída.
- ¿Me das un muxu Iker? -le suplicó Gorka-
- Bai, dijo Iker. Tienes el pelo como yo.
. Guárdalo para siempre. El muxu, el pelo ya veremos…- le susurró Gorka-
- ¡Oye!, -le gritaron desde el coche-.
“Sarri” miro a su compañero y le dijo a Iker al oído -“me tengo que ir. Agur”-.
Cuando se subió al coche salieron de esa calle quemando rueda y con su compañero con muy mala hostia.
- ¿Me quieres decir qué es lo que has hecho, joder? ¿Qué coño has hecho? Tenías que matar al viejo y casi te los llevas a casa a comer, ¿eres idiota? ¡Tendrás que dar cuenta a la Dirección de esta traición, hijo de puta! Lo podía haber hecho cualquier niñato de la Kale Borroka. ¿En qué pensabas?
- ¡Se acabó, me cagüen Dios! -Replicó Sarri- No he podido y tengo mis razones y no va a ser a ti, hijo de puta, a quien se las voy a contar. Y tampoco te voy a consentir que me llames, con esa boca de mierda que tienes, Traidor. Yo no conozco el significado de esa palabra, por eso hoy no he disparado. Soy un Gudari, no un pistolero a sueldo como tú, me cagüen tu puta madre.
El coche paro de repente en un área de descanso camino a Donosti. Cuando “Sarri” miró al conductor, este le descerrajó un tiro entre ceja y ceja al grito de GORA ETA MILITARRA. Le escupió en la cara, abrió la puerta del copiloto, le pegó una patada y lo dejó allí tirado, con los ojos abiertos de par en par mirando el cielo estrellado de una tierra estrellada, una tierra donde él se dio cuenta muy tarde que cabíamos todos y en la que su asesino no tardaría en acabar como él o encarcelado de por vida. Unas estrellas que Gorka Sarriugalde ya no volvería a ver más, ni podría explicar a su hijo Iker cómo se puede amar un territorio de distinta manera, como lo amaba ahora su ama Uxue.
Por la noche cuando los telediarios de todas las cadenas dieron la noticia enseñando la imagen de Gorka Sarriugalde, en un lugar cercano a Sestao un niño gritó:
- Aitite, Ama, a ese señor lo conozco yo. Es el de esta mañana.
- Uxue, apretando a Iker a su corazón, le decía con los ojos llenos de lágrimas: sí hijo, es Gorka. Un soñador que se equivocó de sueño y terminó en una pesadilla. Cuando seas mayor te contaré una historia. Ahora dale un beso al abuelo y juega mucho con él y no te olvides nunca de Gorka.
Su abuelo estaba ausente, mirando por el ventanal del caserío durante toda la tarde, con su cabeza hecha un lío, intentando recomponer la historia que su hija Uxue le acababa de contar.
Y a ese pequeño niño, que hoy no entiende por qué mamá llora, por qué el abuelo está ausente habrá que explicarle que algunos terroristas tienen capacidad de amar, que al reconocerse a sí mismo Gorka, en cada una de las fotos de Iker, impidieron continuar con la barbarie de años, de mentiras consentidas por unos y otros y que gracias a ello su abuelo vive.
Gorka Sarriugalde y Uxue Elkoroibide fueron dos jóvenes que se amaron hasta el punto de morir por ello. El fruto de ese amor, Iker, seguramente sea un hombre libre, justo y de paz.
Este relato quiere rendir recuerdo a las víctimas de toda clase de terrorismo o violencia en nuestra sociedad, pero sobretodo a todas las gentes que sufrieron la década de los ochenta, con su paro, su terrible heroína y un terrorismo muy difícil de soportar. Con sentido homenaje.
A mi hija Verónica, que supo hacer de ese infierno un hogar y un paisaje.
Fotografía de Portada de Interviu.es